El uso indiscriminado de agrotóxicos, sobre todo de plaguicidas, viene provocando contaminación ambiental grave y por supuesto, efectos en la salud de miles de trabajadores del campo y en millones de consumidores quienes desconocen que su alimento podría estar envenenado. Los reportes de casos de intoxicaciones agudas se están incrementando, tanto a nivel de la pequeña agricultura como a nivel de la agricultura de exportación. Según los informes presentados por las autoridades competentes, el número de intoxicados entre 1999 y 2018 llegó a 867 personas, de las cuales 36 murieron.
Los agroquímicos, o agrotóxicos, son todos esos químicos sintéticos usados en la agricultura tóxica. Ahí tenemos desde los fertilizantes industriales principalmente en base a nitrógeno, fósforo y potasio (los N, P, K) hasta los plaguicidas. Cuando decimos “plaguicida” nos referimos a todo lo que liquida plagas, porque el término plaguicida está formado por la palabra “plaga” y el sufijo en latín “cida” que significa aniquilar, exterminar. Los agrotóxicos están contaminando aire, agua y suelo desde la década de 1960. Y actualmente, los plaguicidas en particular provocan niveles altos de contaminación directamente en el agua y en el suelo y, la consecuencia más penosa, es que estos plaguicidas llegan hasta los alimentos. Además, todos los plaguicidas provocan serios desequilibrios en los ecosistemas productivos, por ejemplo, el aniquilamiento de controladores biológicos.
¿Qué son los controladores biológicos?
Cuando hablamos de controladores biológicos debemos recordar nuestra noción sobre la cadena alimentaria en la naturaleza. Aquella que nos explicaba que en la naturaleza existen -de un lado- los predadores, es decir, lo que comen a otros, y -en el otro lado- los que son comidos. Cuando se usan plaguicidas la posibilidad de separar unos de otros es imposible, y por tanto, mueren todos, incluidos los que se comían a la plaga; y esto genera un desbalance que podría ser calamitoso.
Con un ejemplo vamos a recordar mejor y a entender la repercusión del uso de plaguicidas. ¿Recuerdan a los pulgones? Esos antipáticos bichos que están en nuestras plantas ornamentales y también en los cultivos; pues, los pulgones, se reproducen velozmente y atacan pinchando tallos y hojas, succionando la savia de las plantas; el resultado es el debilitamiento de las plantas. La savia para las plantas es como la sangre para las personas. Entonces, ¿cómo sucede el control a los pulgones de manera natural? Pues, son las mariquitas quienes evitan ese desmadre, porque así como los pulgones se reproducen con velocidad, las mariquitas, desde que son larvas, se alimentan de pulgones. La mariquita es el controlador biológico de los pulgones. Y así como ese ejemplo, existen muchísimos más, y la agricultura ecológica utiliza precisamente a controladores biológicos cuando se presentan poblaciones excesivas de insectos perjudiciales para los cultivos. Esta es una diferencia sustancial entre la agricultura ecológica y la agricultura tóxica, porque a la agricultura tóxica solo le importa las ganancias y usa plaguicidas sin importarle las consecuencias para las personas y para la naturaleza.
Otro ejemplo que grafica los efectos contraproducentes del uso de plaguicidas es con la vida de las abejas. A la que recordamos sobre todo porque producen miel. Sin embargo, muchas personas poco conocemos sobre otra función de las abejas, quizá más valiosa, y esa función es su labor en la polinización de las plantas para que puedan formar fruto, y luego del fruto, ya sabemos que se pueden obtener semillas.
Efectivamente, en relación con la formación de frutos, la web Abejapedia nos explica que aproximadamente un tercio de la alimentación humana se consigue gracias a la polinización llevada a cabo por insectos, y entre los insectos con más intervención en la polinización, están las abejas. En otras palabras, si las abejas dejaran de existir ¿qué o quién realizaría esta labor de colocar el polen en el pistilo de las flores? Según la web de FAO, las abejas son indispensables para el 84% de los cultivos de consumo humano, como el del melón, las vainitas, el girasol o el almendro; y otros cultivos mejoran notablemente en su producción y hasta la concentración de nutrientes con la presencia de las abejas, ahí tenemos el palto, la granadilla, los arándanos, las fresas, el espárrago, el ajonjolí, el anacardo, las cebollas, el pepinillo o las calabazas.
En el artículo ¿Una primavera silenciosa? damos a conocer cómo afectan los agroquímicos a otros seres en la naturaleza, como las aves, cuya denuncia se inicia desde la década de los 40 del siglo pasado.